lunes, 15 de marzo de 2010

CREPUSCULO - PORT ANGELES

| |
PORT ANGELES
Jessica conducía aún más deprisa que Charlie, por lo que estuvimos en Port Angeles a
eso de las cuatro. Hacía bastante tiempo que no había tenido una salida nocturna sólo de
chicas; el subidón del estrógeno resultó vigorizante. Escuchamos canciones de rock mientras
Jessica hablaba sobre los chicos con los que solíamos estar. Su cena con Mike había ido muy
bien y esperaba que el sábado por la noche hubieran progresado hasta llegar a la etapa del
primer beso. Sonreí para mis adentros, complacida. Angela estaba feliz de asistir al baile
aunque en realidad no le interesaba Eric. Jess intentó hacerle confesar cuál era su tipo de
chico, pero la interrumpí con una pregunta sobre vestidos poco después, para distraerla.
Angela me dedicó una mirada de agradecimiento.
Port Angeles era una hermosa trampa para turistas, mucho más elegante y encantadora
que Forks, pero Jessica y Angela la conocían bien, por lo que no planeaban desperdiciar el
tiempo en el pintoresco paseo marítimo cerca de la bahía. Jessica condujo directamente hasta
una de las grandes tiendas de la ciudad, situada a unas pocas calles del área turística de la
bahía.
Se había anunciado que el baile sería de media etiqueta y ninguna de nosotras sabía con
exactitud qué significaba aquello. Jessica y Angela parecieron sorprendidas y casi no se lo
creyeron cuando les dije que nunca había ido a ningún baile en Phoenix.
— ¿Ni siquiera has tenido un novio ni nada por el estilo? —me preguntó Jess dubitativa
mientras cruzábamos las puertas frontales de la tienda.
—De verdad —intentaba convencerla sin querer confesar mis problemas con el baile—.
Nunca he tenido un novio ni nada que se le parezca. No salía mucho en Phoenix.
— ¿Por qué no? —quiso saber Jessica.
—Nadie me lo pidió —respondí con franqueza.
Parecía escéptica.
—Aquí te lo han pedido —me recordó—, y te has negado.
En ese momento estábamos en la sección de ropa juvenil, examinando las perchas con
vestidos de gala.
—Bueno, excepto con Tyler —me corrigió Angela con voz suave.
— ¿Perdón? —me quedé boquiabierta—. ¿Qué dices?
—Tyler le ha dicho a todo el mundo que te va a llevar al baile de la promoción —me
informó Jessica con suspicacia.
— ¿Que dice el qué?
Parecía que me estaba ahogando.
—Te dije que no era cierto —susurró Angela a Jessica.
Permanecí callada, aún en estado de shock, que rápidamente se convirtió en irritación.
Pero ya habíamos encontrado la sección de vestidos y ahora teníamos trabajo por delante.
—Por eso no le caes bien a Lauren —comentó entre risitas Jessica mientras
toqueteábamos la ropa.
Me rechinaron los dientes.
— ¿Crees que Tyler dejaría de sentirse culpable si lo atropellara con el monovolumen,
que eso le haría perder el interés en disculparse y quedaríamos en paz?
—Puede —Jess se rió con disimulo—, si es que lo está haciendo por ese motivo.
La elección de los vestidos no fue larga, pero ambas encontraron unos cuantos que
probarse. Me senté en una silla baja dentro del probador, junto a los tres paneles del espejo,
intentando controlar mi rabia.
Jess se mostraba indecisa entre dos. Uno era un modelo sencillo, largo y sin tirantes; el
otro, un vestido de color azul, con tirantes finos, que le llegaba hasta la rodilla. Angela eligió
un vestido color rosa claro cuyos pliegues realzaban su alta figura y resaltaban los tonos
dorados de su pelo castaño claro. Las felicité a ambas con profusión y las ayudé a colocar en
las perchas los modelos descartados.
Nos dirigimos a por los zapatos y otros complementos. Me limité a observar y criticar
mientras ellas se probaban varios pares, porque, aunque necesitaba unos zapatos nuevos, no
estaba de humor para comprarme nada. La tarde noche de chicas siguió a la estela de mi
enfado con Tyler, que poco a poco fue dejando espacio a la melancolía.
— ¿Angela? —comencé titubeante mientras ella intentaba calzarse un par de zapatos
rosas con tacones y tiras. Estaba alborozada de tener una cita con un chico lo bastante alto
como para poder llevar tacones. Jessica se había dirigido hacia el mostrador de la joyería y
estábamos las dos solas.
Extendió la pierna y torció el tobillo para conseguir la mejor vista posible del zapato.
Me acobardé y dije:
—Me gustan.
—Creo que me los voy a llevar, aunque sólo van a hacer juego con este vestido —
musitó.
—Venga, adelante. Están en venta —la animé.
Ella sonrió mientras volvía a colocar la tapa de una caja que contenía unos zapatos de
color blanco y aspecto más práctico. Lo intenté otra vez.
—Esto... Angela... —la aludida alzó los ojos con curiosidad.
— ¿Es normal que los Cullen falten mucho a clase?
Mantuvo los ojos fijos en los zapatos. Fracasé miserablemente en mi intento de parecer
indiferente.
—Sí, cuando el tiempo es bueno agarran las mochilas y se van de excursión varios días,
incluso el doctor —me contestó en voz baja y sin dejar de mirar a los zapatos—. Les encanta
vivir al aire libre.
No me formuló ni una pregunta en lugar de las miles que hubiera provocado la mía en
los labios de Jessica. Angela estaba empezando a caerme realmente bien.
—Vaya.
Zanjé el tema cuando Jessica regresó para mostrarnos un diamante de imitación que
había encontrado en la joyería a juego con sus zapatos plateados.
Habíamos planeado ir a cenar a un pequeño restaurante italiano junto al paseo marítimo,
pero la compra de la ropa nos había llevado menos tiempo del esperado. Jess y Angela fueron
a dejar las compras en el coche y entonces bajamos dando un paseo hacia la bahía. Les dije
que me reuniría con ellas en el restaurante en una hora, ya que quería buscar una librería.
Ambas se mostraron deseosas de acompañarme, pero las animé a que se divirtieran.
Ignoraban lo mucho que me podía abstraer cuando estaba rodeada de libros, era algo que
prefería hacer sola. Se alejaron del coche charlando animadamente y yo me encaminé en la
dirección indicada por Jess.
No hubo problema en encontrar la librería, pero no tenían lo que buscaba. Los
escaparates estaban llenos de vasos de cristal, dreamcatchers2 y libros sobre sanación
2 [N. del T.] Objeto consistente en un círculo del que penden plumas
en cuyo centro hay una red; se cuelga en la pared de los dormitorios, ya
que, según la tradición de los indios ojibwa, atrapa las pesadillas de los
espiritual. Ni siquiera entré. Desde fuera vi a una mujer de cincuenta años con una melena
gris que le caía sobre la espalda. Lucía un vestido de los años sesenta y sonreía cordialmente
detrás de un mostrador. Decidí que era una conversación que me podía evitar. Tenía que haber
una librería normal en la ciudad.
Anduve entre las calles, llenas por el tráfico propio del final de la jornada laboral, con la
esperanza de dirigirme hacia el centro. Caminaba sin saber adonde iba porque luchaba contra
la desesperación, intentaba no pensar en él con todas mis fuerzas y, por encima de todo,
pretendía acabar con mis esperanzas para el viaje del sábado, temiendo una decepción aún
más dolorosa que el resto. Cuando alcé los ojos y vi un Volvo plateado aparcado en la calle
todo se me vino encima. Vampiro estúpido y voluble, pensé.
Avancé pisando fuerte en dirección sur, hacia algunas tiendas de escaparates de
apariencia prometedora, pero cuando llegué al lugar, sólo se trataba de un establecimiento de
reparaciones y otro que estaba desocupado. Aún me quedaba mucho tiempo para ir en busca
de Jess y Angela, y necesitaba recuperar el ánimo antes de reunirme con ellas. Después de
mesarme los cabellos un par de veces al tiempo que suspiraba profundamente, continué para
doblar la esquina.
Al cruzar otra calle comencé a darme cuenta de que iba en la dirección equivocada. Los
pocos viandantes que había visto se dirigían hacia el norte y la mayoría de los edificios de la
zona parecían almacenes. Decidí dirigirme al este en la siguiente esquina y luego dar la vuelta
detrás de unos bloques de edificios para probar suerte en otra calle y regresar al paseo
marítimo.
Un grupo de cuatro hombres doblaron la esquina a la que me dirigía. Yo vestía de
manera demasiado informal para ser alguien que volvía a casa después de la oficina, pero
ellos iban demasiado sucios para ser turistas. Me percaté de que no debían de tener muchos
más años que yo conforme se fueron aproximando. Iban bromeando entre ellos en voz alta,
riéndose escandalosamente y dándose codazos unos a otros. Salí pitando lo más lejos posible
de la parte interior de la acera para dejarles vía libre, caminé rápidamente mirando hacia la
esquina, detrás de ellos.
— ¡Eh, ahí! —dijo uno al pasar.
Debía de estar refiriéndose a mí, ya que no había nadie más por los alrededores. Alcé la
vista de inmediato. Dos de ellos se habían detenido y los otros habían disminuido el paso. El
más próximo, un tipo corpulento, de cabello oscuro y poco más de veinte años, era el que
parecía haber hablado. Llevaba una camisa de franela abierta sobre una camiseta sucia, unos
vaqueros con desgarrones y sandalias. Avanzó medio paso hacia mí.
— ¡Pero bueno! —murmuré de forma instintiva.
Entonces desvié la vista y caminé más rápido hacia la esquina. Les podía oír reírse
estrepitosamente detrás de mí.
— ¡Eh, espera! —gritó uno de ellos a mis espaldas, pero mantuve la cabeza gacha y
doblé la esquina con un suspiro de alivio. Aún les oía reírse ahogadamente a mis espaldas.
Me encontré andando sobre una acera que pasaba junto a la parte posterior de varios
almacenes de colores sombríos, cada uno con grandes puertas en saliente para descargar
camiones, cerradas con candados durante la noche. La parte sur de la calle carecía de acera,
consistía en una cerca de malla metálica rematada en alambre de púas por la parte superior
con el fin de proteger algún tipo de piezas mecánicas en un patio de almacenaje. En mi
vagabundeo había pasado de largo por la parte de Port Angeles que tenía intención de ver
como turista. Descubrí que anochecía cuando las nubes regresaron, arracimándose en el
horizonte de poniente, creando un ocaso prematuro. Al oeste, el cielo seguía siendo claro,
niños dormidos.
pero, rasgado por rayas naranjas y rosáceas, comenzaba a agrisarse. Me había dejado la
cazadora en el coche y un repentino escalofrío hizo que me abrazara con fuerza el torso. Una
única furgoneta pasó a mi lado y luego la carretera se quedó vacía.
De repente, el cielo se oscureció más y al mirar por encima del hombro para localizar a
la nube causante de esa penumbra, me asusté al darme cuenta de que dos hombres me seguían
sigilosamente a seis metros.
Formaban parte del mismo grupo que había dejado atrás en la esquina, aunque ninguno
de los dos era el moreno que se había dirigido a mí. De inmediato, miré hacia delante y
aceleré el paso. Un escalofrío que nada tenía que ver con el tiempo me recorrió la espalda.
Llevaba el bolso en el hombro, colgando de la correa cruzada alrededor del pecho, como se
suponía que tenía que llevarlo para evitar que me lo quitaran de un tirón. Sabía exactamente
dónde estaba mi aerosol de autodefensa, en el talego de debajo de la cama que nunca había
llegado a desempaquetar. No llevaba mucho dinero encima, sólo veintitantos dólares, pero
pensé en arrojar «accidentalmente» el bolso y alejarme andando. Mas una vocecita asustada
en el fondo de mi mente me previno que podrían ser algo peor que ladrones.
Escuché con atención los silenciosos pasos, mucho más si se los comparaba con el
bullicio que estaban armando antes. No parecía que estuvieran apretando el paso ni que se
encontraran más cerca. Respira, tuve que recordarme. No sabes si te están siguiendo.
Continué andando lo más deprisa posible sin llegar a correr, concentrándome en el giro que
había a mano derecha, a pocos metros. Podía oírlos a la misma distancia a la que se
encontraban antes. Procedente de la parte sur de la ciudad, un coche azul giró en la calle y
pasó velozmente a mi lado. Pensé en plantarme de un salto delante de él, pero dudé, inhibida
al no saber si realmente me seguían, y entonces fue demasiado tarde.
Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a
la parte posterior de otro edificio. En previsión, ya me había dado media vuelta. Debía
rectificar a toda prisa, cruzar como un bólido el estrecho paseo y volver a la acera. La calle
finalizaba en la próxima esquina, donde había una señal de stop. Me concentré en los débiles
pasos que me seguían mientras decidía si echar a correr o no. Sonaban un poco más lejanos,
aunque sabía que, en cualquier caso, me podían alcanzar si corrían. Estaba segura de que
tropezaría y me caería de ir más deprisa. Las pisadas sonaban más lejos, sin duda, y por eso
me arriesgué a echar una ojeada rápida por encima del hombro. Vi con alivio que ahora
estaban a doce metros de mí, pero ambos me miraban fijamente.
El tiempo que me costó llegar a la esquina se me antojó una eternidad. Mantuve un
ritmo vivo, hasta el punto de rezagarlos un poco más con cada paso que daba. Quizás
hubieran comprendido que me habían asustado y lo lamentaban. Vi cruzar la intersección a
dos automóviles que se dirigieron hacia el norte. Estaba a punto de llegar, y suspiré aliviada.
En cuanto hubiera dejado aquella calle desierta habría más personas a mí alrededor. En un
momento doblé la esquina con un suspiro de agradecimiento.
Y me deslicé hasta el stop.
A ambos lados de la calle se alineaban unos muros blancos sin ventanas. A lo lejos
podía ver dos intersecciones, farolas, automóviles y más peatones, pero todos ellos estaban
demasiado lejos, ya que los otros dos hombres del grupo estaban en mitad de la calle,
apoyados contra un edificio situado al oeste, mirándome con unas sonrisas de excitación que
me dejaron petrificada en la acera. Súbitamente comprendí que no me habían estado
siguiendo.
Me habían estado conduciendo como al ganado.
Me detuve por unos breves instantes, aunque me pareció mucho tiempo. Di media
vuelta y me lancé como una flecha hacia el otro lado dé la acera. Tuve la funesta premonición
de que era un intento estéril. Las pisadas que me seguían se oían más fuertes.
— ¡Ahí está!
La voz atronadora del tipo rechoncho de pelo negro rompió la intensa quietud y me hizo
saltar. En la creciente oscuridad parecía que iba a pasar de largo.
— ¡Sí! —Gritó una voz a mis espaldas, haciéndome dar otro salto mientras intentaba
correr calle abajo—. Apenas nos hemos desviado.
Ahora debía andar despacio. Estaba acortando con demasiada rapidez la distancia
respecto a los dos que esperaban apoyados en la pared. Era capaz de chillar con mucha
potencia e inspiré aire, preparándome para proferir un grito, pero tenía la garganta demasiado
seca para estar segura del volumen que podría generar. Con un rápido movimiento deslicé el
bolso por encima de la cabeza y aferré la correa con una mano, lista para dárselo o usarlo
como arma, según lo dictasen las circunstancias.
El gordo, ya lejos del muro, se encogió de hombros cuando me detuve con cautela y
caminó lentamente por la calle.
—Apártese de mí —le previne con voz que se suponía debía sonar fuerte y sin miedo,
pero tenía razón en lo de la garganta seca, y salió... sin volumen.
—No seas así, ricura —gritó, y una risa ronca estalló detrás de mí.
Separé los pies, me aseguré en el suelo e intenté recordar, a pesar del pánico, lo poco de
autodefensa que sabía. La base de la mano hacia arriba para romperle la nariz, con suerte, o
incrustándosela en el cerebro. Introducir los dedos en la cuenca del ojo, intentando
engancharlos alrededor del hueso para sacarle el ojo. Y el habitual rodillazo a la ingle, por
supuesto. Esa misma vocecita pesimista habló de nuevo para recordarme que probablemente
no tendría ninguna oportunidad contra uno, y eran cuatro. « ¡Cállate!», le ordené a la voz
antes de que el pánico me incapacitara. No iba a caer sin llevarme a alguno conmigo. Intenté
tragar saliva para ser capaz de proferir un grito aceptable.
Súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la esquina. El coche casi atropello al
gordo, obligándole a retroceder hacia la acera de un salto. Me lancé al medio de la carretera.
Ese auto iba a pararse o tendría que atropellarme, pero, de forma totalmente inesperada, el
coche plateado derrapó hasta detenerse con la puerta del copiloto abierta a menos de un
metro.
—Entra —ordenó una voz furiosa.
Fue sorprendente cómo ese miedo asfixiante se desvaneció al momento, y sorprendente
también la repentina sensación de seguridad que me invadió, incluso antes de abandonar la
calle, en cuanto oí su voz. Salté al asiento y cerré la puerta de un portazo.
El interior del coche estaba a oscuras, la puerta abierta no había proyectado ninguna luz,
por lo que a duras penas conseguí verle el rostro gracias a las luces del salpicadero. Los
neumáticos chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un volantazo que hizo girar el
vehículo hacia los atónitos hombres de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad. Los vi
de refilón cuando se arrojaron al suelo mientras salíamos a toda velocidad en dirección al
puerto.
—Ponte el cinturón de seguridad —me ordenó; entonces comprendí que me estaba
aferrando al asiento con las dos manos.
Le obedecí rápidamente. El chasquido al enganchar el cinturón sonó con fuerza en la
penumbra. Se desvió a la izquierda para avanzar a toda velocidad, saltándose varias señales de
stop sin detenerse.
Pero me sentía totalmente segura y, por el momento, daba igual adonde fuéramos. Le
miré con profundo alivio, un alivio que iba más allá de mi repentina liberación. Estudié las
facciones perfectas del rostro de Edward a la escasa luz del salpicadero, esperando a recuperar
el aliento, hasta que me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.
— ¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté, sorprendida de lo ronca que sonó mi voz.
—No —respondió tajante, pero su tono era de furia.
Me quedé en silencio, contemplando su cara mientras él miraba al frente con unos ojos
rojos como brasas, hasta que el coche se detuvo de repente. Miré alrededor, pero estaba
demasiado oscuro para ver otra cosa que no fuera la vaga silueta de los árboles en la cuneta de
la carretera. Ya no estábamos en la ciudad.
— ¿Bella? —preguntó con voz tensa y mesurada.
— ¿Sí?
Mi voz aún sonaba ronca. Intenté aclararme la garganta en silencio.
— ¿Estás bien?
Aún no me había mirado, pero la rabia de su cara era evidente.
—Sí —contesté con voz ronca.
—Distráeme, por favor —ordenó.
—Perdona, ¿qué?
Suspiró con acritud.
—Limítate a charlar de cualquier cosa insustancial hasta que me calme —aclaró
mientras cerraba los ojos y se pellizcaba el puente de la nariz con los dedos pulgar e índice.
—Eh... —me estrujé los sesos en busca de alguna trivialidad—. Mañana antes de clase
voy a atropellar a Tyler Crowley.
Edward siguió con los ojos cerrados, pero curvó la comisura de los labios.
— ¿Por qué?
—Va diciendo por ahí que me va a llevar al baile de promoción... O está loco o intenta
hacer olvidar que casi me mata cuando... Bueno, tú lo recuerdas, y cree que la promoción es la
forma adecuada de hacerlo. Estaremos en paz si pongo en peligro su vida y ya no podrá seguir
intentando enmendarlo. No necesito enemigos, y puede que Lauren se apacigüe si Tyler me
deja tranquila. Aunque también podría destrozarle el Sentra. No podrá llevar a nadie al baile
de fin de curso si no tiene coche... —proseguí.
—Estaba enterado —sonó algo más sosegado.
— ¿Sí? —pregunté incrédula; mi irritación previa se enardeció—. Si está paralítico del
cuello para abajo, tampoco podrá ir al baile de fin de curso —musité, refinando mi plan.
Edward suspiró y al fin abrió los ojos.
— ¿Estás bien?
—En realidad, no.
Esperé, pero no volvió a hablar. Reclinó la cabeza contra el asiento y miró el techo del
Volvo. Tenía el rostro rígido.
— ¿Qué es lo que pasa? —inquirí con un hilo de voz.
—A veces tengo problemas con mi genio, Bella.
También él susurraba, y no dejaba de mirar por la ventana mientras lo hacía, con los
ojos entrecerrados.
—Pero no me conviene dar media vuelta y dar caza a esos... —no terminó la frase,
desvió la mirada y volvió a luchar por controlar la rabia. Luego, continuó—: Al menos, eso es
de lo que me intento convencer.
—Ah.
La palabra parecía inadecuada, pero no se me ocurría una respuesta mejor. De nuevo
permanecimos sentados en silencio. Miré el reloj del salpicadero, que marcaba las seis y
media pasadas.
—Jessica y Angela se van a preocupar —murmuré—. Iba a reunirme con ellas.
Arrancó el motor sin decir nada más, girando con suavidad y regresando rápidamente
hacia la ciudad. Siguió conduciendo a gran velocidad cuando estuvimos bajo las lámparas,
sorteando con facilidad los vehículos más lentos que cruzaban el paseo marítimo. Aparcó en
paralelo al bordillo en un espacio que yo habría considerado demasiado pequeño para el
Volvo, pero él lo encajó sin esfuerzo al primer intento. Miré por la ventana en busca de las
luces de La Bella Italia. Jess y Angela acababan de salir y se alejaban caminando con rapidez.
— ¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza. Oí
abrirse la puerta y me giré para verle salir.
— ¿Qué haces?
—Llevarte a cenar.
Sonrió levemente, pero la mirada continuaba siendo severa. Se alejó del coche y cerró
de un portazo. Me peleé con el cinturón de seguridad y me apresuré a salir también del coche.
Me esperaba en la acera y habló antes de que pudiera despegar los labios.
—Detén a Jessica y Angela antes de que también deba buscarlas a ellas. Dudo que
pudiera volver a contenerme si me tropiezo otra vez con tus amigos.
Me estremecí ante el tono amenazador de su voz.
— ¡Jess, Angela! —les grité, saludando con el brazo cuando se volvieron. Se
apresuraron a regresar. El manifiesto alivio de sus rostros se convirtió en sorpresa cuando
vieron quién estaba a mi lado. A unos metros de nosotros, vacilaron.
— ¿Dónde has estado? —preguntó Jessica con suspicacia.
—Me perdí —admití con timidez—, y luego me encontré con Edward.
Le señalé con un gesto.
— ¿Os importaría que me uniera a vosotras? —preguntó con voz sedosa e irresistible.
Por sus rostros estupefactos supe que él nunca antes había empleado a fondo sus talentos con
ellas.
—Eh, sí, claro —musitó Jessica.
—De hecho —confesó Angela—, Bella, lo cierto es que ya hemos cenado mientras te
esperábamos... Perdona.
—No pasa nada —me encogí de hombros—. No tengo hambre.
—Creo que deberías comer algo —intervino Edward en voz baja, pero autoritaria.
Buscó a Jessica con la mirada y le habló un poco más alto—: ¿Os importa que lleve a Bella a
casa esta noche? Así, no tendréis que esperar mientras cena.
—Eh, supongo que no... hay problema...
Jess se mordió el labio en un intento de deducir por mi expresión si era eso lo que yo
quería. Le guiñé un ojo. Nada deseaba más que estar a solas con mi perpetuo salvador. Había
tantas preguntas con las que no le podía bombardear mientras no estuviéramos solos...
—De acuerdo —Angela fue más rápida que Jessica—. Os vemos mañana, Bella,
Edward...
Tomó la mano de Jessica y la arrastró hacia el coche, que pude ver un poco más lejos,
aparcado en First Street. Cuando entraron, Jess se volvió y me saludó con la mano. Por su
rostro supe que se moría de curiosidad. Le devolví el saludo y esperé a que se alejaran antes
de volverme hacia Edward.
—De verdad, no tengo hambre —insistí mientras alzaba la mirada para estudiar su
rostro. Su expresión era inescrutable.
—Compláceme.
Se dirigió hasta la puerta del restaurante y la mantuvo abierta con gesto obstinado.
Evidentemente, no había discusión posible. Pasé a su lado y entré con un suspiro de
resignación.
Era temporada baja para el turismo en Port Angeles, por lo que el restaurante no estaba
lleno. Comprendí el brillo de los ojos de nuestra anfitriona mientras evaluaba a Edward. Le
dio la bienvenida con un poco más de entusiasmo del necesario. Me sorprendió lo mucho que
me molestó. Me sacaba varios centímetros y era rubia de bote.
— ¿Tienen una mesa para dos? —preguntó Edward con voz tentadora, lo pretendiese o
no.
Vi cómo los ojos de la rubia se posaban en mí y luego se desviaban, satisfecha por mi
evidente normalidad y la falta de contacto entre Edward y yo. Nos condujo a una gran mesa
para cuatro en el centro de la zona más concurrida del comedor.
Estaba a punto de sentarme cuando Edward me indicó lo contrario con la cabeza.
— ¿Tiene, tal vez, algo más privado? —insistió con voz suave a la anfitriona. No estaba
segura, pero me pareció que le entregaba discretamente una propina. No había visto a nadie
rechazar una mesa salvo en las viejas películas.
—Naturalmente —parecía tan sorprendida como yo. Se giró y nos condujo alrededor de
una mampara hasta llegar a una sala de reservados—. ¿Algo como esto?
—Perfecto.
Le dedicó una centelleante sonrisa a la dueña, dejándola momentáneamente
deslumbrada.
—Esto... —sacudió la cabeza, bizqueando—. Ahora mismo les atiendo.
Se alejó caminando con paso vacilante.
—De veras, no deberías hacerle eso a la gente —le critiqué—. Es muy poco cortés.
— ¿Hacer qué?
—Deslumbrarla... Probablemente, ahora está en la cocina hiperventilando.
Pareció confuso.
—Oh, venga —le dije un poco dubitativa—. Tienes que saber el efecto que produces en
los demás.
Ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.
— ¿Los deslumbro?
— ¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?
Ignoró mis preguntas.
— ¿Te deslumbro a ti?
—Con frecuencia —admití.
Entonces llegó la camarera, con rostro expectante. La anfitriona había hecho mutis por
el foro definitivamente, y la nueva chica no parecía decepcionada. Se echó un mechón de su
cabello negro detrás de la oreja, y sonrió con innecesaria calidez.
—Hola. Me llamo Amber y voy a atenderles esta noche. ¿Qué les pongo de beber?
No pasé por alto que sólo se dirigía a él. Edward me miró.
—Voy a tomar una CocaCola.
Pareció una pregunta.
—Dos —dijo él.
—Enseguida las traigo —le aseguró con otra sonrisa innecesaria, pero él no lo vio,
porque me miraba a mí.
— ¿Qué pasa? —le pregunté cuando se fue la camarera. Tenía la mirada fija en mi
rostro.
— ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —contesté, sorprendida por la intensidad.
— ¿No tienes mareos, ni frío, ni malestar...? y
— ¿Debería?
Se rió entre dientes ante la perplejidad de mi respuesta.
—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock.
Su rostro se contrajo al esbozar aquella perfecta sonrisa de picardía.
—Dudo que eso vaya a suceder —respondí después de tomar aliento—. Siempre se me
ha dado muy bien reprimir las cosas desagradables.
—Da igual, me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida.
La camarera apareció con nuestras bebidas y una cesta de colines en ese preciso
momento. Permaneció de espaldas a mí mientras las colocaba sobre la mesa.
— ¿Han decidido qué van a pedir? —preguntó a Edward.
— ¿Bella? —inquirió él.
Ella se volvió hacia mí a regañadientes. Elegí lo primero que vi en el menú.
—Eh... Tomaré el ravioli de setas.
— ¿Y usted?
Se volvió hacia Edward con una sonrisa.
—Nada para mí —contestó.
No, por supuesto que no.
—Si cambia de opinión, hágamelo saber.
La sonrisa coqueta seguía ahí, pero él no la miraba y la camarera se marchó
descontenta.
—Bebe —me ordenó.
Al principio, di unos sorbitos a mi refresco obedientemente; luego, bebí a tragos más
largos, sorprendida de la sed que tenía. Comprendí que me la había terminado toda cuando
Edward empujó su vaso hacia mí.
—Gracias —murmuré, aún sedienta.
El frío del refresco se extendió por mi pecho y me estremecí.
— ¿Tienes frío?
—Es sólo la Coca—Cola —le expliqué mientras volvía a estremecerme.
— ¿No tienes una cazadora? —me reprochó.
—Sí —miré a la vacía silla contigua y caí en la cuenta—. Vaya, me la he dejado en el
coche de Jessica.
Edward se quitó la suya. No podía apartar los ojos de su rostro, simplemente. Me
concentré para obligarme a hacerlo en ese momento. Se estaba quitando su cazadora de cueto
beis debajo de la cual llevaba un suéter de cuello vuelto que se ajustaba muy bien, resaltando
lo musculoso que era su pecho.
Me entregó su cazadora y me interrumpió mientras me lo comía con los ojos.
—Gracias —dije nuevamente mientas deslizaba los brazos en su cazadora.
La prenda estaba helada, igual que cuando me ponía mi ropa a primera hora de la
mañana, colgada en el vestíbulo, en el que hay mucha corriente de aire. Tirité otra vez. Tenía
un olor asombroso. Lo olisqueé en un intento de identificar aquel delicioso aroma, que no se
parecía a ninguna colonia. Las mangas eran demasiado largas y las eché hacia atrás para tener
libres las manos.
—Tu piel tiene un aspecto encantador con ese color azul —observó mientras me
miraba. Me sorprendió y bajé la vista, sonrojada, por supuesto.
Empujó la cesta con los colines hacia mí.
—No voy a entrar en estado de shock, de verdad —protesté.
—Pues deberías, una persona normal lo haría, y tú ni siquiera pareces alterada.
Daba la impresión de estar desconcertado. Me miró a los ojos y vi que los suyos eran
claros, más claros de lo que anteriormente los había visto, de ese tono dorado que tiene el
sirope de caramelo.
—Me siento segura contigo —confesé, impelida a decir de nuevo la verdad. ,
Aquello le desagradó y frunció su frente de alabastro. Ceñudo, sacudió la cabeza y
murmuró para sí:
—Esto es más complicado de lo que pensaba.
Tomé un colín y comencé a mordisquearlo por un extremo, evaluando su expresión. Me
pregunté cuándo sería el momento oportuno para empezar a interrogarle.
—Normalmente estás de mejor humor cuando tus ojos brillan —comenté, intentando
distraerle de cualquiera que fuera el pensamiento que le había dejado triste y sombrío.
Atónito, me miró.
— ¿Qué?
—Estás de mal humor cuando tienes los ojos negros. Entonces, me lo veo venir —
continué—. Tengo una teoría al respecto.
Entrecerró los ojos y dijo:
— ¿Más teorías?
—Aja.
Mastiqué un colín al tiempo que intentaba parecer indiferente.
—Espero que esta vez seas más creativa, ¿o sigues tomando ideas de los tebeos?
La imperceptible sonrisa era burlona, pero la mirada se mantuvo severa.
—Bueno, no. No la he sacado de un tebeo, pero tampoco me la he inventado—confesé.
— ¿Y? —me incitó a seguir, pero en ese momento la camarera apareció detrás de la
mampara con mi comida.
Me di cuenta de que, inconscientemente, nos habíamos ido inclinando cada vez más
cerca uno del otro, ya que ambos nos erguimos cuando se aproximó. Dejó el plato delante de
mí —tenía buena pinta— y rápidamente se volvió hacia Edward para preguntarle:
— ¿Ha cambiado de idea? ¿No hay nada que le pueda ofrecer?
Capté el doble significado de sus palabras.
—No, gracias, pero estaría bien que nos trajera algo más de beber.
Él señaló los vasos vacíos que yo tenía delante con su larga mano blanca.
—Claro.
Quitó los vasos vacíos y se marchó.
— ¿Qué decías?
—Te lo diré en el coche. Si... —hice una pausa.
— ¿Hay condiciones?
Su voz sonó ominosa. Enarcó una ceja.
—Tengo unas cuantas preguntas, por supuesto.
—Por supuesto.
La camarera regresó con dos vasos de CocaCola. Los dejó sobre la mesa sin decir nada
y se marchó de nuevo. Tomé un sorbito.
—Bueno, adelante —me instó, aún con voz dura.
Comencé por la pregunta menos exigente. O eso creía.
— ¿Por qué estás en Port Angeles?
Bajó la vista y cruzó las manos alargadas sobre la mesa muy despacio para luego
mirarme a través de las pestañas mientras aparecía en su rostro el indicio de una sonrisa
afectada.
—Siguiente pregunta.
—Pero ésa es la más fácil —objeté.
—La siguiente —repitió.
Frustrada, bajé los ojos. Moví los platos, tomé el tenedor, pinché con cuidado un ravioli
y me lo llevé a la boca con deliberada lentitud, pensando al tiempo que masticaba. Las setas
estaban muy ricas. Tragué y bebí otro sorbo de mi refresco antes de levantar la vista.
—En tal caso, de acuerdo —le miré y proseguí lentamente—. Supongamos que,
hipotéticamente, alguien es capaz de... saber qué piensa la gente, de leer sus mentes, ya sabes,
salvo unas cuantas excepciones.
—Sólo una excepción —me corrigió—, hipotéticamente.
—De acuerdo entonces, una sola excepción.
Me estremecí cuando me siguió el juego, pero intenté parecer despreocupada.
— ¿Cómo funciona? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría ese alguien... encontrar a
otra persona en el momento adecuado? ¿Cómo sabría que ella está en un apuro?
— ¿Hipotéticamente?
—Bueno, si... ese alguien...
—Supongamos que se llama Joe —sugerí.
Esbozó una sonrisa seca.
—En ese caso, Joe. Si Joe hubiera estado atento, la sincronización no tendría por qué
haber sido tan exacta —negó con la cabeza y puso los ojos en blanco——. Sólo tú podrías
meterte en líos en un sitio tan pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia para una
década, ya sabes.
—Estamos hablando de un caso hipotético —le recordé con frialdad.
Se rió de mí con ojos tiernos.
—Sí, cierto —aceptó—. ¿Qué tal si la llamamos Jane?
¿—Cómo lo supiste? —pregunté, incapaz de refrenar mi ansiedad. Comprendí que
volvía a inclinarme hacia él.
Pareció titubear, dividido por algún dilema interno. Nuestras miradas se encontraron e
intuí que en ese preciso instante estaba tomando la decisión de si decir o no la verdad.
—Puedes confiar en mí, ya lo sabes —murmuré.
Sin pensarlo, estiré el brazo para tocarle las manos cruzadas, pero Edward las retiró
levemente y yo hice lo propio con las mías.
—No sé si tengo otra alternativa —su voz era un susurro—. Me equivoqué. Eres mucho
más observadora de lo que pensaba.
—Creí que siempre tenías razón.
—Así era —sacudió la cabeza otra vez—. Hay otra cosa en la que también me
equivoqué contigo. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo
suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio
de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará. — ¿Te incluyes en esa categoría? —Sin
ninguna duda.
Su rostro se volvió frío e inexpresivo. Volví a estirar la mano por la mesa, ignorando
cuando él retiró levemente las suyas, para tocar tímidamente el dorso de sus manos con las
yemas de los dedos. Tenía la piel fría y dura como una piedra.
—Gracias —musité con ferviente gratitud—. Es la segunda vez.
Su rostro se suavizó.
—No dejarás que haya una tercera, ¿de acuerdo?
Fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza. Apartó su mano de debajo de la mía y puso
ambas sobre la mesa, pero se inclinó hacia mí.
—Te seguí a Port Angeles —admitió, hablando muy deprisa—. Nunca antes había
intentado mantener con vida a alguien en concreto, y es mucho más problemático de lo que
creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el
día sin tantas catástrofes.
Hizo una pausa. Me pregunté si debía preocuparme el hecho de que me siguiera, pero en
lugar de eso, sentí un extraño espasmo de satisfacción. Me miró fijamente, preguntándose tal
vez por qué mis labios se curvaban en una involuntaria sonrisa.
— ¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la
furgoneta, y que has interferido en el destino? —especulé para distraerme.
—Esa no fue la primera vez —replicó con dureza. Lo miré sorprendida, pero él miraba
al suelo—. La primera fue cuando te conocí.
Sentí un escalofrío al oír sus palabras y recordar bruscamente la furibunda mirada de
sus ojos negros aquel primer día, pero lo ahogó la abrumadora sensación de seguridad que
sentía en presencia de Edward.
— ¿Lo recuerdas? —inquirió con su rostro de ángel muy serio.
—Sí —respondí con serenidad.
—Y aun así estás aquí sentada —comentó con un deje de incredulidad en su voz y
enarcó una ceja.
—Sí, estoy aquí... gracias a ti —me callé y luego le incité—. Porque de alguna manera
has sabido encontrarme hoy.
Frunció los labios y me miró con los ojos entrecerrados mientras volvía a cavilar. Lanzó
una mirada a mi plato, casi intacto, y luego a mí.
—Tú comes y yo hablo —me propuso.
Rápidamente saqué del plato otro ravioli con el tenedor, lo hice estallar en mi boca y
mastiqué de forma apresurada.
—Seguirte el rastro es más difícil de lo habitual. Normalmente puedo hallar a alguien
con suma facilidad siempre que haya «oído» su mente antes —me miró con ansiedad y
comprendí que me había quedado helada. Me obligué a tragar, pinché otro ravioli y me lo
metí en la boca.
—Vigilaba a Jessica sin mucha atención... Como te dije, sólo tú puedes meterte en líos
en Port Angeles. Al principio no me di cuenta de que te habías ido por tu cuenta y luego,
cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la
mente de Jessica. Te puedo decir que sé que no llegaste a entrar y que te dirigiste al sur. Sabía
que tendrías que dar la vuelta pronto, por lo que me limité a esperarte, investigando al azar en
los pensamientos de los viandantes para saber si alguno se había fijado en ti, y saber de ese
modo dónde estabas. No tenía razones para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso...
Se sumió en sus pensamientos, mirando fijamente a la nada, viendo cosas que yo no
conseguía imaginar.
—Comencé a conducir en círculos, seguía alerta. El sol se puso al fin y estaba a punto
de salir y seguirte a pie cuando... —enmudeció, rechinando los dientes con súbita ira. Se
esforzó en calmarse.
— ¿Qué pasó entonces? —susurré. Edward seguía mirando al vacío por encima de mi
cabeza.
—Oí lo que pensaban —gruñó; al torcer el gesto, el labio superior se curvó mostrando
sus dientes—, y vi tu rostro en sus mentes.
De repente, se inclinó hacia delante, con el codo apoyado en la mesa y la mano sobre
los ojos. El movimiento fue tan rápido que me sobresaltó.
—Resultó duro, no sabes cuánto, dejarlos... vivos —el brazo amortiguaba la voz—. Te
podía haber dejado ir con Jessica y Angela, pero temía —admitió con un hilo de voz— que, si
me dejabas solo, iría a por ellos.
Permanecí sentada en silencio, confusa, llena de pensamientos incoherentes, con las
manos cruzadas sobre el vientre y recostada lánguidamente contra el respaldo de la silla. El
seguía con la mano en el rostro, tan inmóvil que parecía una estatua tallada.
Finalmente alzó la vista y sus ojos buscaron los míos, rebosando sus propios
interrogantes.
— ¿Estás lista para ir a casa? —preguntó.
—Lo estoy para salir de aquí —precisé, inmensamente agradecida de que nos quedara
una hora larga de coche antes de llegar a casa juntos. No estaba preparada para despedirme de
él.
La camarera apareció como si la hubiera llamado, o estuviera observando.
— ¿Qué tal todo? —preguntó a Edward.
—Dispuestos para pagar la cuenta, gracias.
Su voz era contenida pero más ronca, aún reflejaba la tensión de nuestra conversación.
Aquello pareció acallarla. Edward alzó la vista, aguardando.
—Claro —tartamudeó—. Aquí la tiene.
La camarera extrajo una carpetita de cuero del bolsillo delantero de su delantal negro y
se la entregó.
Edward ya sostenía un billete en la mano. Lo deslizó dentro de la carpetita y se la
devolvió de inmediato.
—Quédese con el cambio.
Sonrió, se puso de pie y le imité con torpeza. Ella volvió a dirigirle una sonrisa
insinuante.
—Que tengan una buena noche.
Edward no apartó los ojos de mí mientras le daba las gracias. Reprimí una sonrisa.
Caminó muy cerca de mí hasta la puerta, pero siguió poniendo mucho cuidado en no
tocarme. Recordé lo que Jessica había dicho de su relación con Mike, y cómo casi habían
avanzado hasta la fase del primer beso. Suspiré. Edward me oyó, y me miró con curiosidad.
Yo clavé la mirada en la acera, muy agradecida de que pareciera incapaz de saber lo que
pensaba.
Abrió la puerta del copiloto y la sostuvo hasta que entré. Luego, la cerró detrás de mí
con suavidad. Le contemplé dar la vuelta por la parte delantera del coche, de nuevo
sorprendida por el garbo con que se movía. Probablemente debería haberme habituado a estas
alturas, pero no era así. Tenía la sensación de que Edward no era la clase de persona a la que
alguien pueda acostumbrarse.
Una vez dentro, arrancó y puso al máximo la calefacción. Había refrescado mucho y
supuse que el buen tiempo se había terminado, aunque estaba bien caliente con su cazadora,
oliendo su aroma cuando creía que no me veía.
Se metió entre el tráfico, aparentemente sin mirar, y fue esquivando coches en dirección
a la autopista.
—Ahora —dijo de forma elocuente—, te toca a ti.

0 comentarios:

Ir arriba

Publicar un comentario

Deja Comentario

Ps 3a9

Graxias por Visitar nuestro blog, la galeria todavia esta en proceso pero ya pueden pasar a ver varias de las fotos ....

Editado x :
--->>Berenice http://www.metroflog.com/3a9
<<--Irene http://www.metroflog.com/Manicherita
--->>Katty http://www.metroflog.com/i_love_crepuscul0o
--->>Samara http://www.metroflog.com/-_SamiiCullen_-
<<-- Laura http://www.metroflog.com/lau-hb

Tu Idioma

Una extensa explicación se puede encontrar http://www.alsosprachzamolxis.com/2008/10/11-limbi-in-plus-in-widgetul-de.html única condición es dejar el marcador intacto, como se visible .-->


Fură widget-ul Zamolxis Xl8!
No es necesario salir de este último eslabón visible, puede ser suprimido - pero encontró .-->

Amanecer

Poll

Lee las Letras Pkes

free counters
http://nikki.is-eternal.com/
http://www.kstewartfan.org/
http://www.lionandlamblove.org
http://www.toptwilightsites.com/
http://taylor-addiction.net
http://robpattinson.blogspot.com/
http://www.therunaways.com/

Visita los Twimetros

Si deseas q tu metro este en esta lista, solo avisa a el primer metro ..!!

http://metroflog.com/3a9
http://metroflog.com/lol_bella_swan_lol
http://www.metroflog.com/-iis-only-a-vampiire-
http://www.metroflog.com/xXx-Renesmee_Cullen2-xXx
http://www.metroflog.com/___KristenS
http://www.metroflog.com/krmen_olvera
http://www.metroflog.com/TheLiOn_TheLamb_TwiLighT
http://www.metroflog.com/___x___new_moon___x___
http://www.metroflog.com/-Sweet777
http://www.metroflog.com/x_swansea
http://www.metroflog.com/twilight-RenesmeeCullen-
http://www.metroflog.com/caztroo
http://www.metroflog.com/marthafl
http://www.metroflog.com/-_kroliine_-
http://www.metroflog.com/-BeLLa_CuLLeN-SALC
http://www.metroflog.com/friends-jake
http://www.metroflog.com/All___BellaSwan
http://www.metroflog.com/crepusculopunt0com
http://www.metroflog.com/__zaGa__Twilight__
http://www.metroflog.com/mickier
http://www.metroflog.com/UC_Alicecullen_
http://www.metroflog.com/_Claro-de-Luna_
http://metroflog.com/miDniGTH_SuN
http://metroflog.com/___Sexy_Wolf_Taylor_
http://www.metroflog.com/thewonderblack
http://www.metroflog.com/solecito_peque
http://www.metroflog.com/RossemmettCullen_____Tw
http://www.metroflog.com/_Twilight_lola
http://www.metroflog.com/twilight_alice__
http://www.metroflog.com/i_love_edward_pattinson
http://www.metroflog.com/______OMG____Robert
http://www.metroflog.com/VampiresLovers
http://www.metroflog.com/warriorgirlannarose
http://www.metroflog.com/angelfergie
http://www.metroflog.com/ii_lOve_new_mOon


 

Hecho por: Berenice
Plantilla por: Compartidisimo;